miércoles, 21 de marzo de 2012

Trastorno de pánico... la muerte de la ilusión de control


En estos días de crisis en los que vivimos, en los que vemos tambalearse el estado del bienestar  en el que tan cómodamente estábamos instaurados,  en los que pocas cosas son ya seguras y cada día amanece incierto, en estos días de crisis en los que vivimos, proliferan cada vez más los trastornos de ansiedad y de pánico.
Cada vez es más habitual escuchar que tal persona o tal otra tiene crisis de ansiedad o de pánico,  y oír el relato detallado de los familiares y amigos, que se sienten desbordados por un problema en el que aflora la angustia más terrible e incapacitante.
Podríamos decir que asistimos a la muerte de la “ilusión de control” que hemos ido alimentando en nuestra sociedad occidental, y la percepción de esta pérdida de control (que ilusoriamente imaginábamos que poseíamos) dispara todas las alarmas de nuestro organismo en forma de hiperventilación, aumento de la sudoración, aumento del ritmo del latido cardíaco, hipervigilancia del entorno, tensión muscular, preocupaciones recurrentes… eso que todos conocemos como ansiedad y que llevado al extremo se convierte en un ataque de pánico.
En la Gestalt entendemos que la angustia es una sensación que habla de la existencia de una brecha entre el momento presente y el pasado o el futuro.  La persona no puede estar en el aquí y el ahora ya que se siente presa de sus preocupaciones, de sus miedos, de sus fantasías catastróficas sobre lo que el futuro puede depararle. Hay una pérdida de confianza  en el entorno, se percibe falta de apoyo (basado en la comparación con el apoyo previo alucinado que ya no existe), y la persona se repliega cada vez más retroalimentando sus miedos, haciéndolos cada vez, y sin querer, mucho más grandes.
Y esto puede dificultar poder vivir esta crisis como una oportunidad de crecimiento, de replantear valores, aspiraciones, direcciones, nuevas andaduras al fin y al cabo. Poder interiorizar este “desequilibrio, como índice de salud”, que nos invita a crecer y hacer algo distinto, algo mejor.
Así que es muy fácil perderse en el vértigo que provoca la inseguridad, la incerteza,  perderse en la percepción de falta de apoyo, y en última instancia acabar perdiéndose incluso en la capacidad darse auto apoyo, y permanecer enganchado a la presencia de otro (persona o fármaco), que nos ayude a rebajar esa sensación incómoda a veces, angustiosa otras, que conocemos como ansiedad.
En algunas ocasiones, la ansiedad llevada a ese punto álgido acaba transformándose en pánico, y el miedo se puede llegar a cronificar, iniciándose entonces un peligroso círculo vicioso de conductas rígidas y patológicas del que es muy difícil salir, y en el que las personas tienen la sensación de estar atrapadas.
El miedo se va extendiendo cada vez a situaciones distintas  que normalmente se tenderá a evitar, buscando cada vez de forma más angustiosa, la ayuda de otras personas en cuya presencia nos sentiremos más seguros, vigilados, protegidos… Como al evitar la situación que nos provoca miedo, la ansiedad disminuye, cada vez evitaremos más y más, haciéndose el miedo más y más grande… y como pedir ayuda constantemente además de calmarnos temporalmente, también va creando en nuestro interior una sensación de incapacidad para resolver nosotros mismos el problema, cada vez confiaremos menos en nuestros propios recursos y como resultado nos volveremos más y más dependientes de las personas cercanas de nuestro entorno. Como dije, se instauran círculos viciosos que retroalimentan el miedo y la sensación de incapacidad propia.
Se impone pues la necesidad de recuperar los propios recursos de afrontamiento, esos que se creen perdidos pero que anidan en nuestro interior a la espera de ser nuevamente puestos a prueba. Se impone así mismo, la necesidad de trabajar la tolerancia a la incertidumbre, de reencuadrar la excitación sentida ante lo desconocido, como una emoción positiva que posibilita descubrir nuevos límites en nosotros mismos y crecer. El recuperar la capacidad de estar en el presente de forma plena. Se impone en definitiva la necesidad de hacer algo distinto, que siempre debe incluir en algún momento del tratamiento, plantarle cara a nuestros miedos, enfrentarlos, tocarlos y vencerlos. Nadie puede hacer esto por nosotros, ni siquiera los fármacos.
Y es que nadie nace valeroso y por el contrario, todos nacemos con la capacidad de sentir miedo (una emoción universal).  El valor se conquista mirando al miedo a la cara, una capacidad que poseemos también de forma universal todas las personas.

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