Cada día me descubro maravillada
con ese regalo que la vida nos ofrece al llegar al mundo… la presencia, esa
capacidad de estar plenamente implicados y comprometidos con aquello que nos ocupa. Me resulta sencillo
descubrirlo en los niños, y me sorprende (y me moviliza) cuando así lo vivo en los adultos. Estar presente con
todo el ser, esa implicación personal en cuerpo y alma, esa escucha interesada…
Por alguna extraña razón la voy
perdiendo por el camino… y es quizá ese el modo en el que me voy volviendo
copia y perdiendo la originalidad con la que nazco. De nuevo se me hace figura
la oportunidad de reaprender a vivir que se me ofrece con cada nueva vida que
tengo la suerte de disfrutar de cerca.
En una ocasión escuché a un
terapeuta decir "el terapeuta ideal es aquel que está con un
paciente sin memoria ni deseo"…
Un momento en que no existe nada más importante
que quién tenemos enfrente.
Esta experiencia en sí es curativa y terapéutica… (así la salud psicológica guarda relación con la cantidad de relaciones "nutritivas" que acumulo) como
lo son los encuentros con un otro donde estoy
presente y donde existe ese contacto (en términos gestálticos) que me “cambia"... Esta es una experiencia que a gran escala tengo cuando me
enamoro, cuando siento que el mundo de repente cambia y yo también…
Esta experiencia también la
vivo en el encuentro con la novedad… cuando me “salgo del círculo un poquito” y experiencio, arriesgo…. crezco… Del otro
lado del círculo, bajo el abrigo de lo conocido están “presentes” la monotonía,
el hartazgo, el aburrimiento… y con ello la imposibilidad de presencia en tanto que implicación, compromiso,
espontaneidad….
Recuerdo las palabras de Carmen
Vazquez cuando alude a la misión de “reencantar la vida” que otorga al
terapeuta…
Y me pregunto si no es también misión de padres y educadores que conformamos este sistema educativo que debiera "alentar fuegos en vez de llenar cubos..." , "avivar encuentros" en vez de "consumir momentos"..., transformar sapos en príncipes, ranas en princesas..., círculos en flores y en estrellas...
Y me pregunto, si no es también ésta nuestra misión como adultos.
Y me pregunto, para qué sino para reencantar mi vida y la del prójimo estoy en el mundo...Y es que sólo con un otro arriesgo , cambio, crezco y cumplo, o no,
esa “condena” de ser feliz que me impone la vida al nacer..., que condicionará mi modo de vivir, y en último término hasta de morir...